domingo, 6 de febrero de 2011

Los planetas

La vitalidad, la violencia y la pasión con que Marte abre la sucesión de descripciones planetarias de la obra de Holst es realmente increíble, y de sopetón nos mete totalmente en la brillante temática de la obra, que tiene algo de parecido a la de "Cuadros de una exposición" de Mussorgsky. En la obra de Holst se nos revela la esencia de los planetas y de sus respectivos dioses mitológicos en un genial retrato psicológico. Pero lo mejor de la obra es que para nada nos lo da todo con sus arrebatadores acordes, sus imperfectas armonías o la belleza casi poética, al modo de Valery, de algunos pasajes; nos da lo justo y lo demás se lo deja a nuestra imaginación, que transitará por lugares insospechados al escuchar la notabilísima obra de Holst. En cierta manera podríamos decir que los temas no son demasiado originales, muchos de ellos están basados en otros de anteriores autores o incluso reproducidos de manera idéntica, pero toda la originiladad que no aportan los temas en sí, la aporta la orquestación, que dota de cierto protagonismo a instrumentos que solo habían empezado a tenerlo desde muy poco tiempo atrás, la aporta la forma, la estética, y la genial relación que se establece entre la personalidad de cada planeta y su canción, que denota la imaginación y la inteligencia musical y lírica de su autor.
Así, Marte se nos revela como un tipo violento, rítmico y agresivo, y en su canción la percusión juega un papel importantísimo; Venus es una mujer tranquila, pacífica y bella, aunque se me antoja que hay algo más en ella, algo que su nombre no dice, una traición, un secreto, una mentira, algo que quizá solo sea una impesión mía -y esa es la brillantez de Holst, solo dejarnos entrever, hacernos sentir y descifrar y comprender solamente después de reflexionar, y comprender no de manera colectiva sino individual-; Mercurio va de un sitio para otro, corriendo, transitando entre cromatismos, ajetreo y calma, en una canción colorida y única... y así uno por uno Holst nos va describiendo a cada una de las deidades grecorromanos, a cada uno de los planetas, de manera brillante, haciendo volar nuestra imaginación y deleitando a nuestros oídos con una orquestación magnífica y con técnicas que combinan tradición y modernidad en el punto justo que le es necesario a la obra; con un Júpiter que dice ser el portador de la alegría pero que oculta muchas más cosas tras de sí; con un Saturno sabio, viejo y solo, pero que encuentra en su soledad una tranquilidad casi cómoda, un olvido casi sano, una culpabalidad latente socorrida por el arrepentimiento pero que sigue ahí y a veces ataca al decrépito hijo de Urano, un silencio que respira lentamente a través de la música; con su padre, Urano, que dice Holst que es un mago, y un Neptuno, que, como indica el propio subtítulo de la obra, es a todas luces místico, lejano y extraño, indescifrable. Es, dicho esto, ¿"Los planetas" un obra programática? Holst dijó que no lo era y estoy de acuerdo con él, ya que su programa consiste básicamente en un racimo de títulos que en realidad poco dicen de la obra en sí, que va mucho más allá de esos títulos; y en cuanto a su relación con la mitología, que Holst también negó, yo si que la notó, si que la veó, aunque, está claro, eso es solo una interpretación más de las muchas que puede despertar la obra del músico inglés. Una obra magnífica, alegre, triste, bella, magnífica, arrebatada, fea, despiadada, traicionera, perversa... que intenta acercarnos algo más hacia nosotros mismos, descubrirnos ese mundo que no es el que se toca ni el que se ve y que es mucho más grande y más rico.

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