domingo, 2 de enero de 2011

El "gymnopedista"

Erik Satie era un nombre que poco había escuchado aun hasta hace unas semanas, pero al descubrirle he descubierto, al menos en mi humilde opinión, a uno de los compositores más lúcidos de la transición del siglo XIX al XX, un visionario de lo que habría de venir, del nuevo ocaso al que estaba destinada la música, del giro vertiginoso que dio el "lenguaje musical" de manos de autores tan innovadores como Schoenberg o Stravinsky, y, después, Schaeffer o Stockhausen. De Satie me impresiona su manejo de la expresión musical, su inteligente manera de crear atmósferas que van introduciéndonos a un universo musical único, tan suyo y tan nuestro, tan cercano y al tiempo tan lejano, y su capacidad para crear una música que parece en un principio fría, calculadora, pero que se nos va metiendo por entre los huesos inevitablemente. Pero no solo me fascinan estas tremendas virtudes musicales, me fascina también la persona de Satie en sí misma, porque quizá sea una de los compositores más excéntricos que haya visto el mundo. La imágen que de él nos ha llegado es la de un estrambótico músico que resedía en un descuidado piso de París, donde compusó la mayoría de sus obras, donde convivía con un piano que, dicen, jamás debió usar para componer viendo el estado en el que se encontraba cuando, tras la muerte del extraño "gymnopedista", como el se presentaba en ocasiones incluso antes de escribir sus tres famosas obras 3 Gymnopedies, algunos amigos del autor entraron en el piso, en el cual parece ser que no entraba nadie que no fuera el propio Satie desde hacía años. ¿Y qué más nos queda de él? Nos queda algo que sí que nos confirma feacientemente la peculiaridad del autor francés, algo cuya autenticidad y veracidad no podemos poner en duda, las extrañas anotaciones que en sus partituras escribía. Una que me llamó especialmente la atención fue la siguiente: "abre la cabeza". Por todo esto y por más se me antoja Satie un hombre, un músico, un compositor y un artista, cuando menos, interesante y único, y dicen que lo que no abunda es lo mejor.
Algunos criticaron, y puede que tuvieran razón en cierta manera, a Satie aludiendo a sus escasas capacidades técnicas, a la aparente simplicidad de su música. Y digo que tienen razón en cierta manera porque, vista y repasada la partitura, por ejemplo, de la primera Gymnopedie, queda claro que las composiciones de Satie no presentan dificultades técnicas demasiado grandes para el intérprete que se las enfrente. Ahora bien, ¿acaso esto les resta calidad, originalidad, inteligencia, brillantez y anticipación a sus tiempo? Quienes criticaron a Satie eran unos necios que no supieron ver en él a un profeta de lo que habría de venir, a un autor de una gravedad y de una originalidad lírica difícilmente superables, a un creador de atmósferas musicales brillante y recatado a la par que excéntrico, a un jugador de póker que gusta de tirarse faroles arriesgados y que suele ganarlos. Satie concibió la música de una forma radicalmente distinta a como lo habían hecho otros muchos músicos anteriores y sus contemporáneos alemanes. Aquellos la veían como algo enorme, como un lenguaje desmesurado e inmenso cuyo fin era expresar los sentimientos más diversos existentes en la figura humana, Satie vió la música como algo más normal, más pequeño, más cercano y más gracioso, Satie se tomó con ironía aquella concepción romántica que hablaba de los grandes sentimientos y cuya intensidad emocional parecía nublarla a veces, Satie parodió con su original manera de ver las cosas ciertas filosofías que le pareció estaban ya desfasadas.
En el plano de lo estrictamente musical, Satie se me parece, en ciertas ocasiones, a Debussy, en la manera que ambos tienen de hacernos ver la música como algo más estático, más puro, más desnudo, de lo que nos mostraban los autores románticos, parece que nos dicen poco en mucho, que a grandes pinceladas consiguen dibujar un cuadro más logrado que el de muchos otros que intentaron copiar detalle a detalle la realidad. Es este apartado quizá Satie me parece participe del "impresionismo musical", aunque creó que este excéntrico autor francés es casi casi inclasificable, y anticipa en su obra ciertos estilos que no aparecerían hasta mucho después, incluso casi un siglo, como el "minimalismo".

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