lunes, 3 de enero de 2011

El juego de los espejos

Quizá es descabellado plantear la siguiente comparación, pero a mí me resulta bastante coherente identificar el Boléro de Ravel con la confrontación infinita que surge cuando situamos dos espejos uno frente al otro, por cierto una prueba irrefutable de que ese concepto inconcebible para la mente humana llamado "infinito" existe. Y bien, ¿por qué me atrevo a comparar ambas realidades?
Por la manera en que se desarrolla la obra como una conversación repetitiva, que insiste una y otra vez en las mismas preguntas y respuestas, cuyo único interés se haya en la aparición de nuevas texturas en la obra (a medida que la incorporación de nuevos timbres y combinaciones de estos le van a aportando un mayor color orquestal al Boléro) y en la intensidad que poco a poco va ganando (las voces de las interlocutores se van haciendo más fuertes, como si los unos no se oyesen a los otros en la maraña de voces que se va formando). Esta manera de ser de la obra es comparable al juego de los espejos en la medida en que los nuevos espejos que surgen del reflejo de los anteriores son identificados con los nuevos instrumentos de la obra y el tamaño de estos espejos, que disminuyen progresivamente en la eternidad de la imágen, se compara, aunque en el Boléro suceda de manera inversa, con el aumento progresivo de la intensidad de las fuerzas orquestales, con el crescendo vertiginosamente lento que podría extenderse hasta la eternidad si no fuera porque nuestros oídos no llegarían a ser capaces de escucharlo en determinados registros y nuestra cabeza sería incapaz de aguantar una obra tan monótona y aburrida.
Y bien, pues ya establecida esta interesante pero imperfecta comparación, pasó a valorar, desde mi punto de vista, que yo digo que no es ni el de un profesional de la cuestión ni el de un tipo objetivo y mi acuciante somnolencia me lo permite, la famosísima obra de Ravel.
En mi opinión, Ravel no buscaba, como el llego a aclarar en varias ocasiones, una obra que evocase los más grandes sentimientos humanos, buscaba una obra que serviese como estudio sobre las posibilidades de la orquesta, los efectos y los colores orquestales y las posibilades de encontrar nuevas dimensiones musicales que trascendiesen todas las composiciones anteriores. ¿Es el Boléro, como algunos han planteado, un desafío a la tonalidad? Lo es, sin duda. Lo es porque minimiza los campos de actuación que se destacan en el sístema tonal y pone por encima de estos otros en cuyo campo no se había explorado de forma generalizada con anterioridad, principalmente, las texturas tímbricas. Y bien, desde este punto de vista, me atrevería a decir que Ravel llega a sentar con esta obra, dando pie a la búsqueda de nuevas dimensiones sonoras relacionadas con el timbre, las bases de la música electrónica. A la melodía, a la armonía, al ritmo... se impone en el, espeluznantemente experimental para su época, Boléro de Ravel, el timbre.
Todo esto es, sin duda, una opinión que muchos entendidos, de verdad, en la matería, podrían refutar fácilmente basándose en otras tesis mucho más fundamentadas por análisis técnicos exhaustivos de la obra, ¿pero que quizá otros confirmarían? No lo sé, con alguno de esos tipos conseguire hablar para que me diga cuanto de razón tengo y en que me equivoco, y si alguno lee esto, le motivó a que me comenté cuales son sus conclusiones sobre estas mis palabras.
Dicho todo esto, y elogiando a Ravel y su magnífico Boléro, que me ha encantado, me retiró, que hay ganas de irse al sobre. Pero volveré, no lo dudéis, con más cartuchos.

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