jueves, 28 de abril de 2011

Arenas movedizas...

En este momento llevo encima un cabreo de los grandes, ya que he tenido la mala suerte de dar en esta cruel bastedad de la red (que admite tanto a genios como a retrasados mentales de primera categoría) con una crítica realmente idecente y de poca elaboración, cuya autoría desconozco y prefiero desconocer, a la carrera de uno de los mejores cantautores que ha dado este país, y, lo digo sin miedo de mearme fuera del tiesto, el mundo entero: Joaquín Sabina. Estoy realmente harto de escuchar que Joaquín Sabina no tiene ni idea de música. Desconozco cuanto de real tiene esta afirmación pero lo cierto es que tampoco me interesa demasiado. La calidad musical, la versatilidad y la frescura de la música que acompaña las letras de Sabina es difícilmente igualable, quizá esto se lo deba a dos comprades que le han acompañado casi desde el principio, Panchito Varona y Antonio García de Diego, que sin duda sí que son dos grandes músicos. Otra cosa que ya sí que he oído menos es que las letras de Joaquín Sabina son absurdas, repetitivas, etc. etc. ¿Pero quién habrá sido el valiente malnacido que ha escrito semejantes barbaridades? Sí, lo siento pero tenía que insultarle, porque Sabina te puede gustar más o menos (cada uno es como es), pero lo que no puedes decir es que sus letras carecen de calidad o son infantiles. Qué barbarie. Decía este individuo que Joaquín Sabina se dedica a hacer enumeraciones sin sentido, y citaba canciones como "Ahora que...", "Es mentira"... Evidentemente el pobre no dispone de la suficiente inteligencia como para comprender las geniales letras del de Úbeda. ¡Pero qué desprósito! Joaquín Sabina ha demostrado ya sobradamente su calidad como poeta y lo ha demostrado con canciones de la calidad "La canción más hermosa del mundo", "19 días y 500 noches", "Tan joven y tan viejo" y demás reflexiones sobre las penurias y las virtudes del ser humano, sobre el dolor y el gozo, sobre el amor y la soledad; o con canciones tan agudas e inteligentes como "Semos diferentes", "Como te digo una co te digo una o", "Pastillas para no soñar", y un largo etcétera; o con otras que muestran su genial capacidad para contarnos historias realmente excepcionales en pocas palabras y con un tono realmente socarrón y divertido, como "Conductores suicidas", "Pacto entre caballeros", "Media negras"... En fin, que Joaquín Sabina es un señor cantautor, quizá el mejor que ha dado este país (con el permiso de Luis Eduardo Aute y Nacho Vegas), a la altura, ¿por qué no decirlo?, de Bob Dylan, que destila una fuerza, una frescura, una potencia que casi ningún otro tiene. Y yo me pregunto si acaso ese mequetrefe que calificaba al cantautor andaluz (aunque ya casi madrileño de adopción) con adjetivos y frases que realmente prefiero no repetir, habrá entendido de verdad alguna de las canciones de Sabina, esas canciones que nos revelan, combinando la más pura tradición con una suerte de modernidad cuidada y perspicaz, una ínfima parte del secreto de la vida, de la verdad imposible que habita bajo la piel; y eso ya es mucho, ya quisieran algunos otros pretenciosos poetas que se creen la vanguardia de la literatura llegar a hacer lo que Joaquín Sabina ha hecho, quizás esos imbéciles agraden más al deficiente que me ha motivado a escribir lo que aquí escribo.

miércoles, 13 de abril de 2011

Estoy triste...

Mientras escribo estas líneas escucho una vez más, y es que últimamente no puedo parar de hacerlo, la cuarta pista de "La zona sucia", último disco de un Nacho Vegas que ya tenía ganado desde hace tiempo la vitola de mejor cantautor de su generación y que con este disco, y sobretodo con está canción, acaba de rematar la faena. Por supuesto, y aunque creo que sin duda "Reloj sin manecillas" es la mejor canción del disco, esta viene acompañada por algunas otra no de menor calidad y que vienen a engrandecer aun más la genial discografía del asturiano. También hay algunas que no acaban de convencerme, pero sin duda son las menos.
Lo cierto es que he leído algunas críticas que no calificaba muy bien este disco. Pues bien, no estoy de acuerdo en nada con esas críticas. Se ha hablado de que Nacho Vegas ya no es el de antes, de que eran sus canciones son más alegres y menos oscuras. Nada más lejos. Por supuesto que la vida cambia, nosotros cambiamos y nuestra forma de hacer las cosas cambia igualmente, y ese es el ciclo natural que todo artista ha de seguir, ya quedarse anclado en contar una y otra vez la misma historia sería realmente una soberana gilipollez. Eso, en primer lugar. En segundo, comentar, que después de, como ya he dicho, escuchar ya muchas veces la totalidad de "La zona sucia" he llegado a la conclusión de que Vegas ni ahora es una persona más alegre ni escribe poesías más alegres. Cierto es, y a mí mismo me ha pasado, que a priori uno puede pensar que se trata de un disco más alegre porque es cierto que las melodías, que la estética de las canciones cambia muchísimo con respecto a otros discos, como ya había pasado en "El género bobo", pero, como decía antes, nada más lejos. Conversando con otra acérrima de Nacho ella me comentaba esto mismo y me decía que las letras de las canciones son realmente duras. Sin duda que lo son. Evidentemente, Nacho Vegas ya no es el mismo y la forma de ver las cosas tampoco es la misma, pero todo lo crudo y lo horrible de la vida sigue en sus canciones, porque no tiene miedo a enfrentarse a ningún tema y no tiene miedo a contar lo que ve y a decir lo que siente, y eso es lo que se agradece de verdad. Aunque en el fondo del fondo, creo que hay un hálito de esperanza, un ínfimo resquicio por donde escarparnos hacia otro lugar, hacia otra realidad distinta de esta, cuando Nacho dice: "y por una vez, seré la más bella ciudad...". La sinceridad de Vegas es realmente impresionante, la verdad de su voz hiela la sangre, cautiva el alma, y es que ese señor de ojos huidizos, de profundas ojeras, de aire misterioso, tiene la tremenda capacidad de ponernos los pelos de punta con tan solo dos palabras, dos palabras simples, muy simples, quizás las más simples, pero dos palabras que dicen mucho más que otras miles llenas de nada, que toda la discografía de Alejandro Sanz, por ejemplo, porque Nacho dice esas dos palabras de una manera distinta, de una manera solo suya y que hacemos nuestra. "Justificas tu existencia con la química, estoy triste", y solo por esa frase ha merecido la pena escuchar todo el disco.

domingo, 20 de marzo de 2011

En la inmensidad de Mahler

A veces puedo escuchar música mientras hago cualquier otra cosa, pero esto me es imposible si se trata de Mahler. Cuando escucho la música de Mahler pasó a formar parte de su música y a pertenecerle a esa música y esa música me engulle y me arrastra, cierro los ojos y de repente estoy allí, en otro lugar, lejano y distinto, un lugar solo mío o más bien al que solo yo le pertenezco. La grandilocuencia de Mahler esconde, en lo más recóndito de sus enrevesadas entrañas, un universo oscuro y triste, extraño y cruel, melancólico y suave, y esconde más al fondo todavía un hálito de esperanzo, aunque esto es, claro, una interpretación muy personal, aunque de lo que no cabe ninguna duda es de que es único, totalmente único. Tampoco la hay de la genialidad del austriaco, de lo imponente y lo cuidado de sus orquestaciones, de lo grave, lo potente y lo suspicaz de sus melodías, de la profundidad que su estética alcanza y de la perfección y nitidez de sus obras. Tampoco hay duda de que en él se cumple eso de que las obras de un autor son todas la misma escrita de mil formas distintas. Sin duda la esencia de Mahler se encuentra en todas sus partituras en igual medida y las abarca todas, y su sello es inconfundible.
Una de las obras que más me entusiasman del de Bohemia es sin duda su tercera sinfonía. Él estallido de los metales en la primera parte de la obra va dando paso a una calma tensa, tirante, sostenida, los metales van cantando su plegaria entre la pena y el dolor, como si se tratase de un alma afligida y con poca esperanza, pero entonces surgen las maderas y abren un nuevo período, un período que parece discurrir en otro lugar, en otro lugar donde el corazón se llena de fuerza y los pulmones de aire, y el alma se hace dichosa y hasta parece en ocasiones eufórica, pero aquí ya se empieza a adivinar que esa euforía esconde algo más, un secreto, una mentira, esa pena y ese dolor que en ningún momento se han marchado, a pesar de todo. Y así, Mahler nos va llevando, poco a poco por un camino que habremos de hacer nuestro y que habremos de interpretar desde el corazón, pero también, desde la inteligencia. Será un camindo, sin duda, extremadamente complicado de recorrer, un camino con muchas curvas y con muchos obstáculos, pero lleno de vida (y de muerte, aunque creo que la segunda forma parte de la primera), lleno de sabiduría, lleno de aire. Los metales resonaron imponentes y gloriosos, la percusión marcará la marcha, las maderas nos darán el aire y la vida, la cuerda se mostratá dulce a momentos y a momentos cruel, y oiremos, por encima de todo, el latido de un mundo, de nuestros propio mundo, del mundo de Mahler. Dichosa tercera de Mahler, que me lleva y me trae y juega conmigo a su antonjo, otra genialidad más de unos de los mayores genios que ha dado la música y que significó sin duda muchísimo en la historia de la misma. Un genio que caminó hacia lo nuevo sin renunciar jamás a lo viejo, como se ha de hacer, y sin tenerle tampoco ningún miedo al abismo.

viernes, 18 de marzo de 2011

Noche transfigurada

Lo cierto es que Arnold Schoenberg no es, ni mucho menos, mi compositor favorito, ya que la mayoría de sus obras me parecen aun imcomprensibles y, como dijo Scriabin, reguladas. Para mí Schoenberg buscó una salida y eligió la equivocada: se encontraba en una habitación de grandes dimensiones, eso sí, algo gastada, y salió a otra mucho más pequeña y oscura, para salir de un sístema que el creía obsoleto y ya carente de muchas posibilidades creó otro con muchas menos posibilidades y que además, en mi opinión, no le daba a la música una profundidad y una claridad adecuadas. Pero a pesar del poco entusiasmo que me causa la obra del autor en su conjunto, hay ciertos puntos, del principio, en los que me es bastante agradable pararme. Sin duda Schoenberg era un compositor de tremendas dimensiones, y aunqe que para mí escogiese el camino equivocado, dejó varias obras que me entusiasman, la que más, sin duda, "Verklarte nacht" ("Noche transfigurada en castellano", que quizás no suponga un excesivo avance en la música de la época, pero que tiene un encanto especial, una atmósfera sin duda mística y atrayente, una forma sofisticada y elegante que recubre de manera casi perfecta la dulce y oscura esencia de la obra, una esencia, que en mi opinión le faltan a las siguientes obras de Schoenberg, las ya identificadas con el dodecafonismo, sístema que para nada desprecio, pero que me parece limitado y carente de demasiado sentido si no se le dota de un contexto potente.
La obra es sin duda realmente excepcional, su desarrollo es realmente interesante, recorriendo una gama realmente grande de emociones y sensaciones pero sin abandonar nunca una atmósfera que resulta tan acorde con el título que espeluzna. La obra nos abre un paisaje realmente rico y colorido, el paisaje de una noche que nosotros tenemos la obligación de, arrastrados por la obra, recorrer y transfigurar. Así, el universo es realmente infinito, y cada uno podrás interpretarla como se le antoje, ya que esa noche, se hace, cuando lo escuchamos, solo nuestra y nada más que nuestra.

viernes, 11 de marzo de 2011

La verdad fue escrita en las sombras...

Tarde o temprano tenía que dedicarle unas palabras al que para mí es uno de los mejores cantautores y poetas del panorama español y, seguramente, el mejor de su generación. Si hablasemos solo de poesía ya podría deshacerme en elogíos durante horas y más horas para con sus versos desgarradoramente nostálgicos, fuertes, duros, cercanos, trágicos y, últimamente, quizá sea la madurez, algunas veces un poco más esperanzadores, cosa que yo no soy, afortunadamente, tan imbécil como para criticar, pero es que además, a sus increíbles habilidades como poeta hay que añadirles su genial capacidad para unir versos, palabras, sensaciones, con música de una manera casi perfecta. Hablamos, más de uno ya se habrá dado cuenta, supongo, de Nacho Vegas. Volviendo a lo de antes, me parece descabellado insinuar si quiera que Vegas ha perdido algo de su brillantez, algo de su generosidad como poeta, algo de su verdad, de su verdad, porque la mayor virtud de Vegas, es que parece que todo lo que dice es verdad, que todo lo que canta es verdad. Sin duda, en la literatura todo es mentira pero todo, al mismo tiempo, todo es verdad. Pues bien, Vegas hace que nos olvidemos de lo primero y que nos lo creamos todo al pie de la letra, y no solo que nos lo creamos, sino que seamos partícipes de ello, que sintamos en la piel sus canciones, que nos hagamos protagonistas de sus canciones. Nacho Vegas, a mí por lo menos, consigue ponernos los pelos de punta, consigue tocarnos esas fibras que pocos consiguen tocarnos (Johny Cage, Aute, Amador, Waters, Sabina...). Hay tantos versos de sus canciones que quedarán grabados para siempre en mi cabeza... Y su directo, supongo que si le pillas bien, como yo creo que le pille, es realmente genial. Su voz inconfundible, su cercanía, su verdad, su aire de martirio, su conjunción perfecta entre música y literatura, sus versos fríos pero cálidos en el fondo del fondo... "La verdad fue escrita en las sombras, sucede así una y otra vez."

martes, 1 de marzo de 2011

Con el quinteto de Miles Davis

Hace muy poco que conocí la historia de los cuatro discos que aquí voy a abordar, Workin', Stemin', Cookin' y Relaxin', todos ellos grabados en dos sesiones en mayo y octubre de 1956 por el bestial quinteto formado por Miles Davis, John Coltrane, Red Garland, Philly Joe Jones y Paul Chambers, músicos todos ellos excepcionales pero cuyo talento fue, y suena raro decir esto, en muchas ocasiones eclipsado por las drogas -y sacamos en este caso del saco a un Davis ya desintoxicado. Y es que a veces me pregunto cuál, teniendo en cuenta la calidad que tienen todas las intepretaciones de los cuatro tremendos discos, grabados bajo las circunstancias que ahora relataré, habría sido la calidad que hubiesen tenido los mismos cuatro discos de haber sido grabados de otra manera, en otro lugar y con una evidente mejora de las condiciones con que surgieron los que hoy nos quedan. Nada más allá de quejarme por poder escuchar esas vibrantes interpretaciones, solo aclarar que cuando estos músicos hacían esto, esta genialidad, con ese "feeling" tan increíble que le hace a uno replantearse sin alguna vez tocó bien algún instrumento musical, no lo hacían con toda la fuerza ni con toda la entereza y brillantez con que podrían haberlo hecho si no hubiese sido por las drogas, y eso viene a confirmarnos una vez más lo prodigioso de las cinco mentes que se juntaron en aquel estudio de Nueva York. De aquellas sesiones nos quedan algunas interpretaciones dulces y bellísimas, como las de "It never entered my mind" o "You're my everything", y algunas otras realmente arrebatadas e intesas, todas geniales, y todas sinceras, tan sinceras que se le ponen a uno los pelos de punta.
Y bien, hablamos de un dico grabado bajo el sello discográfico Prestige. Y aquí es donde quiero llegar. Prestige, fundado por Bob Weinstock, fue un sello cuya historia es digna de ser contada, una marca discográfica que utilizó a unos artistas de enorme calidad de manera indigna, rastrera y realmente inaceptable. Sobra decir que al fin y al cabo sin Prestige quizá no existirian estos discos, lo que si sé, y a ciencia cierta, es que sin Prestige, y con una productora más seria y cuidadosa con quienes la mantenían a flote, las cosas quizá les habrían ido aun mejor de lo que les fueron a algunos artistas cuyo bienestar le interesaba al público, a la industria y sobre todo al arte, al jazz. Bob Weinstock se dedicó a chantajear, digamoslo así, a una gran cantidad de artistas de enorme calidad. ¿Cómo? Aprovechándose de su adicción a la heroína, de su mono, pagándoles una miseria por una música de enormes proporciones, firmando contratos realmente terroríficos, como el que obligo a hacer al "Miles Davis Quintet" los cuatro discos de los que aquí hablamos.
Por fin, y gracias a Dios, aunque hay que decir que también hubo injusticias en la etapa de Columbia (Bill Evans, a pesar de ser heroinómano, sí era apto para tocar en sus estudios en tanto que todo aquel que fuese heroinómano y, en cambio, negro, no podía hacerlo), el quinteto de Davis fichó por ese sello discográfico. Pero, a pesar de eso, Prestige no les podía dejar de joder, las cosas como son, tan fácilmente, y, aludiendo a un contrato en el que había firmado cuatro discos más, impidió su marcha hasta que estos fueran grabados. Así vieron la luz estos cuatro geniales discos, grabados en dos sesiones ubérrimas de cuyo vientre nacerían cuatro de los discos más representativos del jazz, un jazz hard-bop cercano ya al cool jazz. Cuatros discos inolvidables, insustituibles, enormes, en el olimpo de la música, a la altura de Stravinsky o de Brahms o de Beethoven, espectaculares, no hay otra palabra.
Y bueno, está es la historia de cuatro discos de díficil descripición mediante palabras, que solo se describen por sí mismos, y cuya genialidad ha de hacer transitar a quien los oíga de correcta forma entre el placer, la melancolía, la desesperación y la extrema excitación. Hay os los dejó. Espero que os interesen y entusiasmen tanto como a mí me han entusiasmado. Hasta la siguiente.

lunes, 14 de febrero de 2011

Música para cuerdas, percusión y celesta

El pasado viernes tuve la suerte de poder asistir a un ensayo de la Orquesta Nacional de España para los conciertos que iba a efecturar este mismo fin de semana que recién se nos fue. En el ensayo pude escuchar tres piezas de un interés notable para mí: un Adagio de Samuel Barber, "Música para cuerdas, percusión y celesta" de Bartók, y la Novena Sinfonía de Dvorak. De todas ellas podría, siendo la primera de una belleza extrema y la tercera, en mi opinión, aburrida e interesante a cachos, hablar largo y tendido, pero hay una, y creo que ya salta a la vista cual es, que me fascina de manera notable y por encima de las otras dos. La obra de Bartok, brillante y realmente elaborado, me parece una de las más notables producciones del siglo XX, utilizando además muchas técnicas de vanguardia de una manera para mí genial y casi inigualable.
En el ensayo salto a la vista lo complicado de interpretar la obra del húngaro frente a las otras dos que se escucharon. Mientras que, tanto en el Adagio de Barber como en la Novena de Dvorak, el director hizo tan solo algunas escasas indicaciones a su orquesta, en la "Música para cuerdas, percusión y celesta" de Bartók, se mostró descontento con como salió la totalidad de la obra en un principio e incidió varias veces en distintos pasajes de la obra cuya complicación era realmente impresionante. Tocar y dirigir una obra de dichas características no ha de ser nada fácil. Lo cierto es que yo, desde mi humilde punto de vista, tampoco pude captar fallos importantes en estos fragmentos de los que hablo, pero las correcciones del director, sobretodo en referencia a las entradas y coordinación entre los distintos sectores orquestales y la adecuación del tempo para las mimas, llevaron a repetir algunos fragmentos incluso cuatro veces. Por supuesto, sobra decir que la Orquesta Nacional tuvo para mí en aquel ensayo una matrícula de honor como nota media, y es importante darse cuenta de lo complicada que ha de ser la obra de Bartok para que músicos de la talla de los que allí había, no lo consiguiesen hacer en su debida manera a las primera de cambio en el que era el último ensayo antes del estreno de dicha obra.
En fin, hecha esta ejemplificación, que creo que basta para entender la dificultad de la obra de Bartok, toca hablar de su significante y su significado. Se trata de una obra que aparece en 1936 y que combina las más avanzadas técnicas de vanguardia con algunas melodías que se nos antojan del folclore húngaro, sello inconfundible de la música del eterno Béla Bartók. Por ello la obra sigue para mí el camino que ha de seguirse cuando se trata de avanzar, de inventar nuevas formas, en el arte, desde la tradición hacia la vanguardia, sin olvidar nunca los orígenes. "Pero esto, le escuchaba decir a un compañero que asistió también a dicho ensayo, no te hace sentir nada". Por supuesto que comprendo su postura, pero creo que se debe a la mala educación que le damos a nuestros oídos, a lo cerrados que aun los tenemos a las nuevas formas del arte, bueno... nuevas o no tan nuevas, ya que esto se escribió hace ya más de setenta años. Sin duda, nada más lejos de mi opinión, para mí la obra de Bartók no solo es escuchable, sino que además me hace viajar por nuevos mundos, ígnotos y solo existentes en mi percepción de esta música, llenos de color, de muerte, de pena, de nada, de misterio y de pasión y de alegría. Obra de rica orquestación, de genial confección rítmica y melódica, de un virtuosismo armónico brutal, no cae en lo incomprensible, y esto solo es una opinión personal, de algunas obras de Schoenberg u otros vanguardistas europeos, ni tampoco en la aburrido del segundo movimiento de la Novena de Dvorak, por poner un ejemplo, siendo una obra entretenida y sabia a un tiempo, distante y cercana, fría y caliente... Y en eso reside su genialidad.